¿Han muerto las ideologías?

Esta proposición de que las ideologías han muerto fue particularmente repetida justo después de la caída del bloque comunista. Aún hay gente que lo sostiene. Pero, ¿qué quiere decirse con ello?

En primer lugar, por su origen es claro que quienes sugirieron la "muerte de las ideologías" equiparaban socialismo con capitalismo. Como si ambas fuesen especies de fundamentalismos que había que superar.

Lo cierto es que el capitalismo no murió. En realidad, el socialismo tampoco murió, pero sí fracasó rotundamente en todo lugar donde fue intentado. El socialismo se encargó de acabar directamente con las vidas de más de cien millones de seres humanos, además de retrasar sociedades a estadios semibarbáricos.

Todo esto se daba mientras el capitalismo continuaba elevando de muchísimas maneras la calidad de vida de millones de personas y reduciendo la pobreza en el mundo, todo ello respetando la libertad y la dignidad de las personas.

De modo que no son equiparables.

Pero más allá de la guerra fría, sigue habiendo gente que dice que "las ideologías han muerto". Sin embargo, ello es una falsedad, pues no es posible para nadie ver el mundo sin una ideología. La consigna "las ideologías han muerto" es en sí una ideología: se llama nihilismo. Es ésta una ideología que clama la muerte de todo sistema de valores alegando que no hay verdad moral.

El nihilismo aplicado pretende que no hay principios de nada. Todo debe ser evaluado y decidido en función de las particulares circunstancias de cada caso, sin atención a principios generales, pues niega siquiera que éstos existan. Pero tal pretensión es claramente absurda. El conocimiento adquirido por el individuo durante toda su vida le permite ver que sí hay principios. El Sol sale todos los días por el Este y se oculta por el Oeste; los objetos caen a la Tierra por efecto de la gravedad; todos los que nacemos eventualmente morimos; la Vía España está hoy exactamente allí donde ha estado siempre, etc. El individuo no puede afrontar la realidad con total desvinculación de cualquier conocimiento previamente adquirido, el cual va conformando un sistema coherente de conocimiento.

Ese conocimiento previamente adquirido nos sirve precisamente porque hay principios y reglas de aplicación general y bastante fiables (que no infalibles), y dado que el individuo estructura ese conocimiento (aunque sea de manera inconsciente), dicha estructura constituye su ideología.

La civilización se construye sobre la base de que sí hay ciertos principios y normas que rigen la convivencia social. No matar al prójimo; no robarle lo que es suyo; no engañar en los contratos y transacciones con el prójimo; no dañar lo ajeno, etc. Un sistema jurídico, qua sistema, tiene que estar cimentado sobre una ideología específica. La mera idea de un sistema jurídico requiere necesariamente de principios generales y por tanto de una ideología.

El judeocristianismo, el racionalismo helénico, y la res pública de Roma, son las tres principales fuentes que han inspirado a nuestra civilización occidental.

El judeocristianismo, por un lado, propugna el universalismo, por ejemplo, el derecho a la vida humana es algo que tienen todos los seres humanos sin distinción de credo, raza, clase social, y no solo los cristianos y judíos o blancos.

El sistema jurídico que en occidente se ha inspirado del judeocristianismo prohíbe a los individuos atentar contra la vida de otros individuos, o quitarles por la fuerza lo que es suyo, o utilizarlos como instrumentos para nuestros propios fines, etc. Es ésta una ideología que restringe lo que cada persona puede hacer, incluyendo a los gobernantes, y dichas restricciones vienen dadas por una idea metafísica de lo justo versus lo injusto. Sin esa ideología, el gobierno sería ilimitado y podría hacer lo que fuese.

Es por lo anterior que la civilización y el nihilismo son incompatibles. El nihilismo es una rebeldía contra la ética judeocristiana (o cualquier otra, pues niega la validez de cualquier sistema moral), y tiende alternativamente hacia el totalitarismo o hacia un retroceso a la barbarie. La aceptación del nihilismo y su consigna de "las ideologías han muerto" nos llevaría a tener que rechazar el sistema jurídico que forma la base de occidente. De hecho, no es coincidencia que el advenimiento del nihilismo advertido por Nietzsche haya precedido y alimentado el creciente abandono del sistema jurídico iusnaturalista, con su idea de justicia como objetivo máximo del derecho, y su reemplazo por el sistema de legislación positivista, donde el Parlamento es tenido como soberano en sentido de que puede legislar lo que sea sin limitación moral alguna.

Yo tengo una ideología: una que reclama para cada persona humana el derecho a la vida, el derecho a la propiedad privada, y el derecho a buscar su propia felicidad por sus propios medios, sin más limitaciones que las estrictamente necesarias para garantizar esos mismos derechos a las demás personas.
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Léalo en La Prensa.

El engaño del etanol

(Artículo publicado en Revista Agenda, abril de 2008)

En atención al impresionante alza del petróleo durante toda esta década, gobiernos de distintos países han concebido estimular alternativas de combustibles para vehículos automotor, con la idea de reducir la dependencia del petróleo. Para reemplazar la gasolina, se sugiere el uso del etanol (alcohol etílico), extraído de caña de los tallos de plantas como la de maíz, o la caña de azúcar (En el caso del maíz no sólo se utiliza la planta, sino el grano mismo también). No sería para reemplazar totalmente la gasolina, pero sí con la supuesta idea de aminorar la dependencia de ésta. En los Estados Unidos hay varios estados donde se está mandando por ley la mezcla de la gasolina como combustible automotor, con cierto porcentaje de etanol.

El problema es que este plan, como suele suceder, tiene ciertos efectos secundarios. Y aquí los efectos secundarios son tales que convierten a la cura en algo peor que la enfermedad.

Alimentos caros

En primer lugar, los cultivos orientados a producir etanol, compiten por la tierra con la producción de alimentos. Como dos y dos siguen siendo cuatro, al aumentarse la demanda de tierra para cultivos para etanol, se aumenta el precio de la tierra, un insumo fundamental para la producción de alimentos como el maíz, arroz, azúcar, y demás alimentos agrícolas. En México se ha visto este fenómeno en lo que se ha llamado las protestas de las tortillas. La mexicana es una población que desde hace siglos basa su alimentación en el maíz, y con alzas de precios en dicho alimento de hasta 30%, es lógico que la gente no está contenta.

¿Eficiencia energética? Piénselo de nuevo

En la producción de etanol se requieren tractores y maquinaria de cultivo y cosecha. Esos tractores y maquinaria requieren energía. Además, a diferencia del petróleo y sus derivados, que pueden transportarse por oleoductos, el etanol no puede transportarse efectivamente por tuberías a grandes distancias. Es decir, para su transporte por tierra se requiere de camiones cisternas, que para propulsión requieren diesel.

Esto se traduce en que la ganancia en términos energéticos es muy poca, si es que la hay (algo que está lejos de ser seguro). Es decir, la energía neta aprovechable, resultante de sustraer la energía consumida en el proceso de producción del etanol, de la energía bruta aprovechable del etanol producido, es muy poca.

¿Reducción de emisiones de carbono? Ni lo sueñe

La idea de que la utilización de etanol como combustible reduce las emisiones de carbono a la atmósfera, se basan en el supuesto de que las emisiones de carbono producidas por la quema del etanol se compensan con el carbono absorbido por la planta respectiva durante su crecimiento.

Pero según diversos estudios recientes, la cosa no es tan sencilla. Aparte del hecho que la producción y consumo de etanol requiere procesos de refinación y transporte del combustible, procesos ambos que añaden emisiones netas de carbono, ocurre otro fenómeno que los optimistas están ignorando: los incentivos a la producción de etanol generan incentivos también para dedicar nuevas tierras al cultivo de las plantas necesarias para la materia orgánica con la que se produce el etanol. Pero esas tierras ya tenían pastos y monte silvestre que estaba absorbiendo CO2. El utilizar ahora esas tierras para producir etanol no produce nuevas absorciones de CO2, y en cambio mediante la quema del etanol producido sí se envía a la atmósfera CO2 que antes se quedaba en la planta silvestre.

Según Joseph Fargione, coautor de un estudio reciente sobre este tema, y científico de la ONG ambientalista The Nature Conservancy, esta afectación de tierra silvestre para cultivo de plantas para producción de etanol, genera emisiones equivalentes a 93 veces la reducción de emisiones (de carbono) resultantes de la sustitución de gasolina por etanol en nuestros motores.

Más daños ambientales

La historia de terror no termina allí. Si se toma en cuenta la acidificación de los suelos, el incremento en el uso de fertilizantes, la pérdida de biodiversidad y la toxicidad de los pesticidas de uso agrícola, que serían generados por los cultivos para etanol, entonces el impacto ambiental neto del uso del etanol como combustible bien podría ser peor que el generado por el uso de la gasolina.

Interfiriendo con el mercado

Desde el punto de vista puramente económico, es obvio que el pasar leyes forzando a la gente a consumir un tipo específico de producto en el mercado, en detrimento de otros, siempre trae ineficiencias y destrucción neta de riqueza. Lo risible en el caso de las políticas pro-etanol es que se supone que están orientadas precisamente a generar ahorros a la economía, por razón de que el petróleo está caro.

Pero en el sistema de libre mercado, si un producto como el petróleo está excesivamente caro respecto de otros sustitutivos como el etanol, de tal manera que resulte rentable producir etanol y venderlo más barato para producir energía, entonces, ¿por qué se requiere que el Estado intervenga y por ley fuerce a las personas a consumir el etanol en lugar de la gasolina?

Digo, a usted nadie tiene que forzarlo por ley a comprar su ropa o su comida en el lugar más barato. Usted solito entiende y decide no pagar $20 por algo que puede obtener por $10. Esto es simple sentido común.

Por esto, desde el preciso momento que se requiere la intervención del Estado, ya sea para subsidiar el uso del etanol, o para forzar a los consumidores a usarlo (como, por ejemplo, mediante leyes que obliguen a mezclar la gasolina con 10% u otro porcentaje definido de etanol), automáticamente ello significa que, después de todo, no hay tal ahorro de riqueza. Más bien lo contrario. Y si aparte de combustible más caro, encima tenemos que aguantar alimentos más caros, la cosa ya no sólo es antieconómica sino que comienza a volverse antihumana también, para rematar.

Conclusión: políticas mal enfocadas

La Organización para la Cooperación y Desarrollo (OCDE), ha emitido un informe reciente en que advierte estos y otros problemas de las políticas promotoras de etanol como combustible automotor, y termina recomendando contra dichas políticas. Dos estudios recientes de científicos de la Universidad de Princeton apuntan en la misma línea.

En resumidas cuentas, el etanol no abarata el costo del combustible; encarece los alimentos para la gente; no reduce las emisiones de carbono; tiene un impacto ambiental neto probablemente peor que la quema de gasolina como combustible automotor. Entonces, ¿dónde está el beneficio? Si con todo esto usted aún le ve algún beneficio real al uso del etanol en reemplazo de la gasolina como combustible automotor, por favor escríbame y dígame cuál es, porque yo no veo dichos supuestos beneficios por ningún lado.

El etanol pinta ser, como tantos otros antes, una cura más dañina que la enfermedad misma. Mejor dejar al mercado funcionar.