Titulemos la tierra

(Artículo publicado en Revista Agenda, diciembre de 2008)

Existe en Panamá una situción muy común en América Latina y el resto del Tercer Mundo: la propiedad privada sobre la tierra tiene una protección legal precaria, a lo sumo. El tema de este artículo se refiere específicamente a la tierra que no tiene título de propiedad, y que constituye 2/3 partes de toda la tierra en este país.

Lo que es peor, muchísima gente tiene un pedazo de tierra que su familia ocupa desde hace generaciones, y la tesis de algunos representantes del Estado es que toda finca sin título de propiedad, realmente pertenece al Estado. Imagínese usted, su familia ha ocupado una finca desde los tiempos de su abuelo, y ahora viene un funcionario y le dice que salga porque el Estado acaba de vender esa tierra a unos desarrolladores que piensan construir un hotel o algún otro proyecto.

Eso sólo tiene un nombre y es confiscación.

La propiedad no es lo mismo que el título

Cuando usted solicita la titulación de un pedazo de tierra sobre el que tiene los llamados derechos posesorios, el Estado, como viene haciéndolo desde hace años, le vende a usted la tierra (si es que decide hacerlo, y luego de años de trámite). Sostienen las autoridades encargadas de estos temas, que los derechos posesorios no implican propiedad de la tierra, y alegan la disposición constitucional que señala que contra bienes del Estado no se puede adquirir la propiedad por prescripción. Y es cierto que existe dicha disposición constitucional. Donde equivoca completamente la tesis oficial es en partir de la premisa de que un pedazo de tierra pertenece al Estado, por el mero hecho de que no existe título de propiedad sobre él. Premisa equivocada.

Dicha tesis es completamente contraria a la tradición jurídica de Occidente, que se alimenta del derecho romano. La propiedad privada es una realidad económica por la que una persona posee con ánimo de dueño una cosa. El título de propiedad, por tanto, constituye el reconocimiento jurídico a una realidad económica preexistente. ¿O es que acaso, si usted no tiene un papel que diga que la camisa que usted lleva puesta en este momento, quiere ello decir que no es suya y por tanto pertenece al Estado? Absurdo, ¿verdad? Pues es lo mismo que pretenden desde hace años las autoridades encargadas de estos temas en nuestro país, con distintos gobiernos.

La tesis oficial no explica cómo adquirió el Estado esas tierras. Y no puede explicarlo porque no hay explicación lógica. Es como el hombre de negocios que vive en uno de los asteroides que visita El Principito en su viaje a la Tierra, que dice ser millonario porque es dueño de todas las estrellas del firmamento, algo que a El Principito le pareció absurdo de inmediato, por cuanto uno no puede poseer las estrellas, y hablar de propiedad sobre algo que uno no posee ni tiene control, es absurdo.

Desde época de los romanos, la propiedad ha sido concebida como la conjugación de dos factores esenciales, que son por un lado la posesión, y por el otro el ánimo de dueño. Si falta alguno cualquiera de esos dos elementos, no hay propiedad. La tesis oficial pretende que el Estado es dueño de tierras que jamás ha poseído, trabajado, ocupado, ni nada parecido. En cambio, el santeño o el chiricano ése que está sobre su pedazo de tierra que ha pertenecido a su familia por generaciones, sí la posee efectivamente, y además, lo hace con ánimo de dueño. Si no me cree, vaya y trate usted de sacarlo de su tierra. O mejor dicho, no se le ocurra hacerlo, porque lo van a recibir con machetazos o escopetazos.

Queda claro entonces que la tesis oficial es infundada.

El comunismo fracasa siempre

El comunismo de la tierra ha fracasado espectacularmente siempre que ha sido intentado. La propiedad es individual o no es. Las hambrunas repetidas en la Unión Soviética por la colectivización de la tierra, la destrucción de la capacidad productiva agrícola cubana, el desastre de las hambrunas en África por la misma razón, son todos ejemplos de cómo causar hambre y miseria en la gente, por los afanes ideológicos comunistas. Las sociedades de propietarios, allí donde cada persona es dueña de su tierra, son las sociedades que han prosperado. Roma surgió y prosperó precisamente como sociedad de pequeños propietarios, y la República como sistema político se construye sobre la base de ciudadanos propietarios, no proletarios.

En tiempos modernos, uno de los factores determinantes en el surgimiento de los Estados Unidos de América como potencia económica fue precisamente el reconocimiento de la propiedad privada sobre la tierra. El “sueño americano” era precisamente la promesa de que uno podía ser dueño de su propio pedazo de tierra. Argentina entró al Siglo XX siendo la 4ta. Economía más grande del mundo, mayor aún que Francia, y adivine usted qué tenía en común con los Estados Unidos. Sí, adivinó, Argentina tenía entonces una política similar de atraer inmigrantes y reconocimiento de propiedad privada sobre la tierra. Argentina, con todos sus problemas, sigue siendo uno de los países más productivos del mundo en materia de alimentos. China, cuando era de verdad comunista, era miserable. A fines de 1970, desde que permitió la propiedad privada de la tierra (además de otros cambios introducidos que la han ido alejando del comunismo), la producción agrícola se ha potenciado enormemente.

Difícilmente encontrará usted un pobre con título de propiedad sobre su tierra. La propiedad es fuente de riqueza y abundancia. El comunismo de la tierra sólo genera dependencia de la gente y perpetúa su miseria. El comunismo de la tierra es además incompatible con la cultura y tradiciones de nuestro país. El rotundo fracaso de los asentamientos campesinos, y la rampante miseria de las comarcas, así lo atestiguan.

Titulación masiva de la tierra: tarea para el próximo gobierno

El próximo gobierno debe acabar de una vez por todas con la precariedad de la propiedad privada sobre la tierra. Desde la década de 1960, con el Código Agrario, se está tratando supuestamente de titular todo el país y reconocer la propiedad a quienes son sus legítimos dueños. Al ritmo que vamos, a ver si con suerte terminamos antes del próximo milenio. Lo que se necesita es un proceso ultrasimplificado por el cual las personas puedan titular su tierra sin necesidad de abogados, ni papeleos costosos.

Actualmente el Programa Nacional de Administración de Tierras (PRONAT) lleva a cabo la tarea, pero a un ritmo de nunca acabar. Lo digo con el mayor de los respetos hacia los señores de PRONAT, porque la lentitud no se debe al PRONAT mismo, sino a que no se le ha provisto a dicha institución con los recursos adecuados. Peor aún, jamás ha existido el compromiso político genuino, de parte de ningún gobierno, de titular todo el país de una vez por todas. De haber existido, ya se habría resuelto este problema.

Exijámosle entonces a todos los candidatos a Presidente, que se comprometan a reconocer de una vez por todas la propiedad privada de la gente sobre su tierra, y a acabar con la pretensión de que todo lo que no está titulado pertenece por omisión al Estado.

Confiscación por impuestos

(Artículo publicado en Revista Agenda, noviembre de 2008)

La aplicación de un impuesto a las ganancias de capital es una de las cosas más negativas para una economía, y afecta desproporcionadamente a la clase media. Es a la vez una doble tributación del ingreso, y una expropiación de la riqueza de los ciudadanos. Aquí explico por qué, y abogo por su eliminación total.

Doble tributación

Para comprar una casa, usted primero tiene que ganar el dinero para adquirirla. Ese ingreso es gravado con el Impuesto Sobre la Renta (ISR). De lo que le queda, usted compra la casa. Al vender usted su casa, presumiblemente años después, usted tiene que pagar impuesto sobre la renta por la diferencia entre el precio de venta y el precio de adquisición. Así, si usted pagó B/ 100,000.00 al comprarla, y la vendió luego por B/ 160,000.00, usted tiene que pagar impuesto sobre la diferencia, es decir, sobre B/ 60,000.00. Así, termina usted pagando dos veces el ISR, pues el ingreso con el que usted compró la casa ya había sido gravado, y ahora le gravan a usted cuando vende la casa. La ganancia de capital no es un ingreso corriente, recuerde usted.

Expropiación

Cuando usted compra y vende mercancías, digamos computadoras, usted como comerciante paga ISR sobre la ganancia neta de sus operaciones. Como se trata de una actividad a la que usted se dedica como comerciante, ello constituye un ingreso corriente. Aquí es lógico aplicar entonces el ISR a dicha ganancia neta. Pero cuando hablamos de la ganancia de capital en la venta de un activo que constituye, como el mismo nombre lo dice, parte de su capital, el tener que pagar impuesto, cualquiera que sea, por el producto de la venta de dicho bien, necesariamente equivale a una expropiación de su propiedad. El Estado erosiona su capital con este impuesto.

El fenómeno de la inflación juega un papel crucial aquí. La inflación hace que el poder adquisitivo del dinero se erosione en el tiempo. Ello tiene como una de sus consecuencias, que las cosas se encarecen con el transcurso del tiempo, en su precio expresado en dólares. Ilustraré este punto con un ejemplo. Si usted compró su residencia en 1970 a $50,000.00, y la vende en 2008 a $200,000.00, usted pensará quizás que se ha ganado $150,000.00 en la operación. En términos nominales, así es. Pero en términos reales, no se emocione tanto, porque no es tan alta la ganancia real que usted ha logrado.

Considere que en 1970 $100 compraban 31.44 barriles de petróleo, y hoy en 2008 no compran ni uno siquiera. Lo mismo con todo lo demás. El hecho que el valor de mercado de su casa expresado en dólares haya aumentado en el mismo período, no quiere decir que su casa sea más valiosa, sino al menos en gran parte, que los dólares se han depreciado. Lo que usted consideraba como un aumento de riqueza, no es más que inflación. De hecho, es muy probable que el aumento en términos nominales en el valor de su casa, ni siquiera compensen la pérdida de poder adquisitivo del dólar. Contemple usted el caso que, en el mismo período de nuestro ejemplo, la inflación oficial del dólar ha sido de 480%. Eso quiere decir que su casa habría tenido que multiplicarse en precio por 5.8 en esos 38 años, simplemente para que mantuviese su valor real. En nuestro ejemplo, esa casa que compró en 1970 por $50,000.00, tendría que haberla vendido usted este año por $290,000.00. Quiere decir que si usted vendió a $200,000.00, ¡usted perdió!

Sin embargo, como usted vendió en $200,000.00 y el impuesto sobre las ganancias de capital no toma en cuenta la inflación, usted tendrá que pagar 10% sobre la diferencia nominal entre el precio de venta y el precio de adquisición. Usted pagará al fisco $15,000.00, ¡por una pérdida!

¿Dije doble tributación? Más bien triple

Hasta ahora no hemos considerado que sobre esa propiedad, usted ha tenido que pagar anualmente otro impuesto, el de inmueble. Así que usted paga primero ISR sobre su ingreso neto. Luego, paga impuesto de inmueble sobre su activo, por todo el tiempo que lo mantenga, y tercero, paga usted ISR sobre la supuesta ganancia de capital, que como ya vimos, probablemente no es tal ganancia en términos reales. ¡Así que usted es gravado tres veces por la misma cosa!

Conclusión

Para la enorme mayoría de las personas de clase media, su principal activo es su residencia. Los ricos también tienen casa, pero el más alto valor de sus residencias y su mayor afluencia en términos generales, hace que tengan a su haber opciones de minimización de impuestos, que para los de clase media no hacen sentido económico. La aplicación del ISR a las llamadas ganancias de capital, por tanto, debe derogarse.

Caos planificado

(Artículo publicado en Revista Agenda, octubre de 2008)

El desorden urbano de nuestra ciudad capital es resultado, no de la falta de planificación, sino precisamente de la planificación y acción estatal. Este desastre es resultado de toda una serie de malas políticas públicas en materia de transporte y organización vial.

Cupos = oligopolio

El sistema de cupos para el transporte colectivo y selectivo es uno igualito a las patentes reales que concedía el Rey en la época colonial, y que otorgaba a sus beneficiarios el derecho a explotar un negocio de manera exclusiva, sin competencia. Si usted creía que eso se acabó con la época del republicanismo, está equivocado. No existe la libre empresa en el negocio del transporte. No es sorpresa entonces que este sector muestre todos los males propios de un oligopolio.

Falta de marcas comerciales

Dado que el sistema de transporte colectivo urbano no puede ser operado por empresas, sino que tiene que ser el antisistema de cupos individuales, no existe para los propietarios de buses una marca que proteger. Si fuesen empresas, éstas tendrían un incentivo económico para brindar un buen servicio, mantener sus buses en excelente estado, y responder económicamente por los daños causados a terceros en accidentes. Todo ello, para proteger la marca. Pero en un sistema en que no es posible tener una marca asociada al servicio que brinda una persona o empresa, ocurre la tragedia de los comunes, en que a los dueños de autobuses no les interesa ofrecer un buen servicio a sus pasajeros, ni cuidarse de no causar daños a terceros en sus operaciones, precisamente porque no tienen una marca que proteger.

No hay que irse lejos para ver cómo funcionaría el transporte urbano con un sistema en que los propietarios de buses tuviesen marcas que proteger. Fíjese usted en las líneas de transporte interurbano, las que nos llevan hacia y desde el interior del país, al menos en las rutas más importantes, como Panamá-David o Panamá-Santiago, por ejemplo. Verá usted que a diferencia de los diablos rojos, allá sí se ve calidad en el servicio, buses bien mantenidos, con aire acondicionado y hasta televisión. Allí sí son empresas las que brindan el servicio, y por tanto hay marcas asociadas a dichas empresas. Por si fuera poco, en esas líneas de transporte no ve uno las regatas mortales que se ven en la ciudad con los diablos rojos. Así funcionan las cosas donde hay verdadera libre competencia.

¿Calles o estacionamientos?

Otra cosa que afecta de manera notable el flujo vehicular en ciertas áreas de mucho tráfico, es el hecho que las calles parecieran haber sido construidas más como parques de estacionamiento que como calles propiamente. Intente usted pasar por cualquier calle en El Cangrejo, por usar un caso ilustrativo, y fíjese bien. La Vía Argentina, por ejemplo, es una bien amplia de cuatro carriles. Pero sólo pueden usarse dos, puesto que en cada uno de los sentidos de circulación, hay un carril que está ocupado de inicio a fin como estacionamiento vehicular. Y es el propio Municipio el que actúa aquí de ‘bien cuidao’, con sus estacionómetros puestos a lo largo de ambas aceras. La historia se repite en la Vía Veneto, en la Alberto Navarro y en prácticamente todas las demás vías del barrio de El Cangrejo. El Municipio legitimiza así el mal uso de las calles.

Calles públicas = eternos tranques

¿Cuándo fue la última vez que vio usted que algo operado por el Estado mantiene un buen servicio a la población por tiempo prolongado? Las calles, que son públicas, tienen tanto costos de construcción, como de operación y mantenimiento. Y su uso genera costos también. Pero nadie paga directamente por usar las calles. El resultado es que siempre habrá oferta insuficiente de calles, en otras palabras, siempre habrá tranques vehiculares en un sistema de calles públicas. Los tranques son absolutamente inevitables en tal sistema, igual que las largas colas son inevitables en los sistemas socialistas. Como no hay que pagar por usarlas, no hay racionamiento voluntario en el uso por parte de las personas.

En un sistema de calles privadas, el usuario tendría que incorporar a su cálculo de costos de tener carro, el costo directo de usar las calles (peajes). Como no tiene que hacerlo en el sistema de calles públicas, hay mayor demanda de carros que disponibilidad para su circulación. Esto es algo, como dije arriba, inevitable en el actual sistema. Así, no importa cuántos millones sean gastados en nuevas calles, éstas jamás serán suficientes.

Conclusión

El desastre urbano que vivimos en la ciudad de Panamá es más complejo de lo abarcado en este corto espacio. Pero lo arriba señalado apunta a las principales causas del problema. Cualquier política pública que no se concentre en tales puntos, sólo podrá, en el mejor de los casos, maquillar el problema, pero jamás resolverlo.

Qué NO hacer en la crisis

(Artículo publicado en Revista Agenda, septiembre de 2008)

Con el alza en los precios de los alimentos, la energía, combustibles y materias primas, algunos ya comienzan, tanto desde el lado de la ciudadanía como del lado de los políticos, a sugerir la aplicación de medicinas que lo que hacen es agravar la enfermedad. Aquí resumo las peores de esas ideas, y el por qué nos va mejor si no son puestas en práctica nunca.

Regulación de precios

Ésta es la primera en la lista, pues algunas voces claman por establecer límites a los precios al detal que los comerciantes pueden cobrar por tales artículos. Es nefasto y contraproducente porque en tales casos lo que se necesita es aumentar la oferta, y la regulación de precios logra precisamente lo contrario. Es por ello que las estanterías vacías en los supermercados, es una de las más visibles consecuencias de dicha política. Algunas veces ésta se extiende a los precios que los productores pueden cobrar, y allí la cosa sí que se pone morada entonces, pues el efecto pernicioso es aún más grave.

El resultado es que surgen enormes mercados negros, como el que hay en Venezuela en productos lácteos, pues tanto los consumidores quieren obtener su comida, como los productores necesitan obtener una ganancia. Al final, se encarece todo aún más y los únicos que se engañan son las autoridades.

Restricción de las exportaciones

Como consecuencia de la regulación de precios, los productores prefieren exportar. Si usted vende arroz y le prohíben en Panamá venderlo a más de $20/quintal, y usted sabe que pueden venderlo fuera del país a $30/quintal, no hay que ser profeta para vaticinar lo que ocurrirá. Es entonces que los gobiernos, una vez que han establecido regulación de precios, el siguiente paso que dan es restringir las exportaciones. De ese modo buscan forzar a los productores a mantener bajos precios en el mercado local.

Y tampoco funciona. Reduce el incentivo a producir, por lo que se reduce la oferta a corto y a largo plazo, agravando entonces el problema.

Aumentar impuestos

Esto es lo que hicieron Herbert Hoover y luego Franklin D. Roosevelt en Estados Unidos en la década de 1930. Con Roosevelt las tasas impositivas fueron elevadas hasta que la tasa marginal del Impuesto Sobre la Renta llegó a 90%. Esta y otras medidas hicieron que lo que seguramente hubiese sido una recesión corta, se convirtiese en una larga depresión que duró toda una década.

Al contrario, lo que debe hacer el gobierno en situaciones de crisis, es reducir impuestos. Los impuestos son una pesada carga para el sistema productivo de la sociedad. Son las personas y las empresas, no el Estado, las que generan riqueza. En situación de crisis económica, la reducción de impuestos permite que las empresas reinviertan más recursos, con lo cual se pone en funcionamiento la maquinaria productiva que permite en poco tiempo la recuperación económica.

Culpar a los especuladores

Ésta es clásica. Cada vez que hay crisis económica, especialmente con alzas de precios como estamos viviendo con los combustibles, los alimentos y las materias primas, salen quienes culpan de tales alzas a esa especie malévola llamada especuladores.

Los precios son mensajeros que proveen información valiosa sobre oferta y demanda, escasez o abundancia relativa de las cosas que necesitamos. Cuando hay alzas rápidas de precios, ello transmite información de que hay que producir más, y consumir menos. Los famosos especuladores son meros transmisores involuntarios de esa información. El culpar a los especuladores, y por tanto a los precios, es como matar la paloma que trajo el recado. Y también empeora las cosas porque los mercados a futuros, esos donde los especuladores hacen su trabajo, tienen un efecto moderador sobre la volatilidad en los precios, ¡precisamente lo contrario de lo que se le endilga! Al interferir con su trabajo, se agrava la volatilidad, la escasez y los altos precios de las cosas.

Instaurar y ampliar subsidios

Éstos distorsionan también las señales que dan los precios en el mercado. Son medidas populistas que dan la apariencia de ayudar a la gente, cuando en realidad la hunden más. Los subsidios dislocan la asignación de recursos productivos de la sociedad hacia tareas improductivas. Impiden que las personas ajusten sus patrones de producción y consumo, precisamente porque da señales equivocadas sobre escasez y abundancia relativas de los distintos bienes y servicios requeridos por las personas. Son pan para hoy y hambre para mañana.

Conclusión

Es recurrente en estas situaciones, como la que se vive en Panamá y en casi todo el mundo en estos momentos, que tanto las masas como los políticos quieran recurrir a medidas populistas. El resultado siempre es negativo para la sociedad, aunque pueda aumentar los votos de los políticos que las instauran. Es tratar de obtener pan mediante la destrucción de las panaderías.

Propiedad privada y medio ambiente

(Artículo publicado en Revista Agenda, agosto de 2008)

Para cuidar el ambiente y salvarlo para las próximas generaciones; para garantizar la sostenibilidad de la explotación de los recursos naturales y evitar la sobreexplotación; el reconocimiento y extensión de la propiedad privada sobre los recursos es parte de la solución.

¿Cómo? ¿Pero no es acaso al revés, que hay que expropiar y declarar patrimonio colectivo aquello que queremos salvar?

Propiedad colectiva = desastre ecológico

Existe un fenómeno conocido como la tragedia de los comunes, y consiste en que aquello que es de todos, en realidad no es de nadie, y lo que es de nadie, nadie lo cuida. La propiedad privada permite racionalizar el uso de los recursos limitados. Por ejemplo, el dueño de una finca se beneficia tanto del flujo de ingresos que produce la finca, como de su valor de capital. En otras palabras, el dueño de la finca tiene asegurado que el flujo futuro de producción de la finca es también suyo. Es así que aunque por un lado el dueño tiene un interés de corto plazo en sobreexplotar la finca, su interés de largo plazo se vería perjudicado con dicha sobreexplotación. Al final, lo más probable es que el hacendado decida buscar un equilibrio entre la explotación presente y la capacidad productiva de la finca a largo plazo, de tal manera que dicha capacidad productiva se mantenga en el tiempo y siga beneficiando a sus hijos y a los hijos de éstos.

En cambio quien explota tierras sin dueño, tiene también un interés en maximizar la explotación actual, pero no tiene el mismo interés en mantener la productividad futura de ese pedazo de tierra. Al contrario, él sabe que si no explota él la tierra ahora, otro lo hará. El resultado es que las tierras sin dueño tienden a ser sobreexplotadas y por tanto degradadas en pocos años.

No es casual que sean las sociedades donde existe un Estado que reconozca y haga valer la propiedad privada sobre la tierra, las que se vuelven ricas y logran expandirse.

¿Y aparte de la tierra, qué hay del agua?

El agua es definitivamente una sustancia abundante en la Tierra, y a la vez escasa. Abundante en estado bruto, pero en estado útil y llevada a las ciudades para ser puestas a disposición inmediata de las personas, es escasa. Esta aparente paradoja resulta del hecho que en realidad nada nos es gratuito. El agua para consumo humano debe ser extraída, limpiada, desinfectada, purificada, y bombeada para llevarla a los centros de consumo humano. Todo eso requiere uso de recursos (energía, materias primas para los procesos químicos, construcción de la infraestructura y su mantenimiento, etc.). Esos recursos son a su vez limitados, no infinitos.

Entonces, el hecho que el producto terminado (el agua potable) sea puesto a disposición de la gente de forma gratuita, a pesar que todo el proceso es costoso, lo que provoca es que la gente no racione su uso, sino que derroche el recurso. Es por eso que en tanto usted observa que en la ciudad existen personas (con falta de conciencia sobre la importancia del recurso hídrico) que usan la presión del agua de la manguera para barrer la terraza y el garaje, existen otras muchas que simplemente no tienen acceso al agua potable. En tanto que si uno tuviese que pagar realmente por el agua que usa, y pagase un precio que realmente representara su costo (es decir, que no estuviese subsidiado su consumo), entonces las personas dejarían de usar la presión del agua para barrer la terraza. Igual que con el alto precio de la electricidad la gente usa menos el aire acondicionado (lo que, a su vez, reduce la probabilidad de que tengamos apagones programados), pues así mismo si pagásemos el real costo del agua en lugar de tener agua subsidiada, la gente racionaría su uso y habría menos problemas de escasez.

¿Aplica para todo?

Por supuesto que no. Existen recursos a los que es difícil aplicar el principio de propiedad privada. No es fácil apropiar los bosques tropicales, o los ríos, o los mares. En tales casos donde no es factible la apropiación individual, se produce realmente el fenómeno de las externalidades económicas. Es allí que sí se justifica que el Estado constituya límites a la explotación privada, y complemente dichas limitaciones con sanciones suficientemente severas para quienes las infrinjan.

El delicado balance no es fácil de lograr tampoco. Es fácil en teoría pero sumamente difícil en la práctica. Es allí donde está el verdadero reto, y como en todo, el método de ensayo y error por el cual aprendemos de los problemas a medida que se presentan, es clave.

Entonces, la idea no es pretender que la propiedad privada lo resuelva todo, sino dejar de pretender que el Estado sí pueda hacerlo. Esto es el principio de subsidiariedad, por el cual el Estado sólo debe entrar en aquellas cosas en que la propiedad privada no puede resolver los problemas. Lo importante es entender las limitaciones de una y otra figura, y permitir que se complementen la una a la otra. Pero entonces no debemos culpar la propiedad privada del daño ambiental, sino entender que es parte de la solución.

La gasolina está barata

(Artículo publicado en Revista Agenda, julio de 2008)

Hace 2 años le dije que se olvidara del petróleo barato (“Por buen rato, olvídese del petróleo barato”, AGENDA marzo 2006). En esos tiempos el barril de petróleo había llegado a $70, y la gasolina había estado cerca de los $4/galón en Panamá, aunque no llegó a dicha cifra. Ahora, en 2008, el crudo ha llegado a sobrepasar los $130/barril y la gasolina está bien por encima de $4/galón. Ahora, si usted cree que gasolina a $4/galón es malo, prepárese para $10/galón, porque para allá vamos.

La fiebre no está en la sábana

Recientemente he visto cadenas de correo electrónico invitando a la ciudadanía a organizarse para no comprar gasolina a las estaciones de las grandes petroleras. El argumento detrás de la idea es que, si tan sólo dejamos de comprarle gasolina a ellas, éstas grandes petroleras se verán obligadas a reducir los precios.

Por otro lado algunos culpan de los altos precios a los especuladores, los chivos expiatorios de siempre. En Estados Unidos algunos senadores están hablando de establecer legislación para restringir a los mercados de futuros, para así controlar la especulación.

Otros, como varios congresistas norteamericanos e incluso algunos candidatos presidenciales en los Estados Unidos, están hablando de establecer impuestos especiales a las compañías petroleras por las utilidades “obscenas” que están obteniendo gracias a los altos precios del petróleo y derivados. Es decir, justo cuando se necesita con urgencia estimular el aumento de la producción, a estos políticos se les ocurre hacer precisamente lo contrario, castigando a los encargados de producir el petróleo. ¡Tremenda idea!

Fundamentos

La demanda de petróleo ha venido creciendo mucho más rápido que la oferta durante mucho tiempo. De hecho, la producción mundial de crudo ha llegado o está llegando a su punto máximo (Peak Oil). Por ejemplo, Cantarell, uno de los campos petrolíferos más grandes del mundo, alcanzó su punto máximo de producción en 2004, con una producción de 2.1 mbd (millones de barriles diarios) y está declinando desde entonces. Para este año 2008, el estimado de la petrolera estatal mexicana PEMEX es que Cantarell producirá en promedio 1.4 mbd, y la proyección es que su producción diaria continuará declinando a un ritmo de 13% por año.

Cantarell no es un caso aislado. La producción de Noruega en el Mar del Norte alcanzó su pico en 1999 y desde entonces ha venido declinando. La producción del Reino Unido alcanzó su pico en 2001 y desde entonces viene declinando, tanto que hasta hace poco eran exportadores netos, y ahora son importadores netos de petróleo.

¿Por qué los productores no previeron esto? Algo que debe ser tomado en cuenta en las economías del petróleo, es que aproximadamente dos terceras partes de las reservas mundiales están en manos de compañías estatales, y todos sabemos que las compañías estatales son pésimas planificadoras y administradoras de recursos. Es un hecho universal que cuando se nacionalizan recursos, más temprano que tarde la producción comienza a declinar, debido entre otras cosas a insuficiente inversión. Todo yacimiento de petróleo tiene un período útil de producción, y su capacidad de producción diaria marca en el tiempo la forma de una campana. Una vez que alcanza su producción máxima, se mantiene allí por un tiempo y luego comienza a declinar. Las empresas privadas tienen todos los incentivos económicos para prever esto y anticiparse, invirtiendo en exploración para reemplazar y ampliar las reservas a medida que van siendo explotadas. Pero las empresas estatales tienen incentivos distintos, e inevitablemente siempre descuidan la inversión en mantenimiento de la capacidad productiva.

Por otro lado, el ecologismo radical y el anticorporativismo de nuestra época tampoco ayudan. Las compañías petroleras son un blanco particularmente cómodo para los ecologistas radicales. El ecologismo radical agrava la insuficiente oferta de petróleo haciendo cada vez más difícil la exploración y la explotación de petróleo. Para muestra un botón: en Alaska existe un depósito bajo la Reserva Nacional de Vida Salvaje del Ártico (ANWR, por sus siglas en inglés), capaz de producir 1 mbd, que no está siendo explotado supuestamente para "conservar" la reserva de vida salvaje. Pero la explotación del yacimiento no requiere acabar con la reserva ni mucho menos ponerla en peligro. Simplemente requeriría ocupar una minúscula parte de la superficie para explotar el yacimiento que, después de todo, está bajo tierra. En 1996 el entonces Presidente Bill Clinton vetó su explotación, alegando que tomaría 10 años en producir la primera gota de petróleo. Bueno, ahora mismo estaríamos disfrutando de ese petróleo, pero gracias a que aún no se ha levantado la prohibición, esa enorme fuente de crudo no puede ser aprovechada.

La pesadilla apenas inicia

Al menos por los próximos quince años, y quizás por más tiempo, no volveremos a ver petróleo barato. El barril de petróleo no volverá siquiera a los niveles de 2005-2007 de $60-$70 por barril. De hecho, el petróleo continuará aumentando en dicho período. Prepárese para $200/barril, y luego $250/barril, y de allí, $300/barril. ¿$4 por galón de gasolina le parece caro? Pues prepárese para pagar, de aquí a tres años, $8/galón. Y luego $10 y luego $12 por galón, a más tardar dentro de siete a diez años. Sí, leyó bien: doce dólares por galón.

Una objeción común a esta proyección es que, ante precios tan altos, la demanda se reducirá y los productores tendrán que reducir el precio nuevamente para poder continuar vendiendo. Argumento que ignora el hecho económico que es precisamente cuando la demanda se reduce hasta el punto en que deja de exceder a la oferta, que los precios se estabilizan. Es decir, los precios continuarán aumentando hasta que la demanda deje de exceder la oferta.

Lo que ocurre es que el petróleo y sus derivados tienen demanda muy inelástica. Después de todo, usted no puede simplemente decidir que ahora va a dejar de comprar gasolina porque está muy cara. Usted tiene que seguir movilizándose hacia su lugar de trabajo. Lo que sí hará es reducir sus paseos opcionales, pero no los necesarios.

¿Qué hacer entonces?

El petróleo carísimo es una realidad ante la cual lamentarse y quejarse es tan efectivo como quejarse del clima. Ante lo que no podemos controlar, lo único racional es prepararse y adaptarse. Nuestros estilos de vida van a cambiar radicalmente, y para mal.

Para comenzar, el que tenga auto grande con mucha cilindrada, que se deshaga de él cuanto antes y se cambie a algo lo más económico posible. Pronto será muy raro ver andar un auto con una sola persona dentro. Los compañeros de trabajo comenzarán a organizarse para ir varios en un mismo auto hacia la oficina todos los días. Veremos más gente en motocicletas, y más gente a pie. Los viajes por avión se encarecerán y la gente viajará menos, mucho menos.

O puede uno optar por lamentarse y culpar a las petroleras, y esperar sentado a que llueva petróleo y por milagro se nos solucione el problema. ¿Cuál será?

Las desventuras de la FED

(Artículo publicado en Revista Agenda, junio de 2008)

Con la crisis en el sector financiero, la Reserva Federal norteamericana (FED) ha procedido a continuar inundando el mercado con dinero recién creado a partir de la nada. Con la más reciente de estas medidas, la FED ha actuado, entre otros objetivos, para contribuir a que se concretara la adquisición del moribundo banco Bear Sterns por parte de la firma JP Morgan.

Es ésta una de las funciones reconocidas a la banca central, al menos la norteamericana, de actuar como “prestamista de último recurso”. Pero es una función que, lejos de ser positiva para la economía, crea toda una serie de nefastas distorsiones que terminan empeorando las cosas.

Daño moral

El libre mercado requiere que las empresas que no son rentables, fracasen. Los recursos ocupados por esa empresa destructora neta de riqueza, quedan con su quiebra liberados para que otras empresas los utilicen en generación neta de riqueza. Además, es la permanente amenaza de quiebra una de las motivaciones importantes para que el empresario se esfuerce por buscar siempre la creación de neta de riqueza.

En el caso particular de una empresa dedicada a prestar dinero, como lo son los bancos, la empresa tiene por un lado el incentivo a prestar la mayor cantidad de dinero para aumentar sus ganancias, pero por otro lado están los riesgos inherentes a cada crédito, que pueden convertir cada préstamo en pérdidas. Es la particular capacidad del banquero para lograr un equilibrio entre dichas fuerzas, lo que hace la diferencia entre que el banco sea exitoso y genere utilidades, o se vaya a la quiebra.

Tradicionalmente, el banquero debe ser conservador. Usted, como ahorrista, quiere que su banquero sea conservador a la hora de prestar dinero, porque de lo contrario sus ahorros con ese banco están en peligro.

¿Qué pasa entonces con lo que está haciendo la FED, al tratar de salvar a ciertos bancos de la quiebra? Ocurre que se envía una señal de que, si prestas dinero irresponsablemente, el Estado te salvará mediante la inflación de la moneda, para que no tengas que irte a la quiebra. El resultado es que hay un gran desincentivo a ser conservador y sensato en el manejo de carteras de crédito por los bancos, y un gran incentivo a ser más arriesgado de lo que la realidad del mercado permite.

Inflación

Aunado a lo antes dicho, la pretendida salvación de los bancos en riesgo de quebrar por su mala cartera crediticia, viene en la forma de inyecciones masivas de dinero al mercado. Como este dinero recién creado no tiene respaldo real alguno en la riqueza existente, pues estamos en la era de las monedas de curso forzoso, sin respaldo metálico, dicha inyección monetaria crea, a su vez, otra serie de distorsiones en el sistema económico.

La inflación es mucho más compleja que meramente un aumento generalizado de precios. Los precios no suben todos en la misma proporción y al mismo tiempo. Por ilustrarlo de modo simplificado, algunas cosas suben por ascensor, en tanto otras suben por la escalera. Es por eso que se crean auges en ciertos sectores muy específicos de la economía cuando el banco central inyecta dinero. En los noventas fue el sector tecnológico, a inicios de la presente década fue el sector inmobiliario, y en esta ocasión será otro sector.

Pero eventualmente la presión del dinero creado artificialmente llega hasta los precios al consumidor. Usted lo está viendo desde hace varios años en la estación de gasolina, y en el supermercado. Más recientemente se está viendo en los precios de materiales de construcción, electrodomésticos, y básicamente todo aquello que usted necesita en su vida cotidiana.

La creciente inflación de precios que estamos observando en los precios al consumidor en todo el mundo, se debe a las inyecciones de dinero por la FED durante los primeros años de esta década. Las más recientes inyecciones de dinero (las que vienen dándose desde el pasado agosto), se verán reflejados eventualmente también en la economía, y puede usted apostar, que se traducirán en aún mayores precios de todo lo que usted consume.

Panamá no tiene banca central

Afortunadamente, Panamá no tiene banco central. Es una de las cosas más geniales que decidieron los próceres de nuestra República. Ni tenemos un prestamista de último recurso, aunque existen algunas personas que han sugerido que se establezca un seguro obligatorio de depósitos en Panamá (cosa que aunque no sería exactamente un prestamista de último recurso, lograría el mismo efecto nefasto de socavar el conservadurismo de los banqueros, y los movería hacia cada vez más riesgosos créditos, lo que aumentaría el riesgo sistémico del centro bancario).

No obstante, lamentablemente estamos expuestos a la política monetaria de los Estados Unidos, habida cuenta de que usamos su moneda, la cual desde 1971 (cuando Nixon eliminó definitivamente la convertibilidad del dólar en oro) es para todos los efectos una moneda de curso forzoso, sin respaldo real alguno.

¿Cuál es la solución?

El problema sólo terminará cuando el mundo retorne a lo que ha servido de moneda durante miles de años, es decir, el oro y la plata, y abandone el sistema de banca central por el cual se pretende crear riqueza a partir de la nada.

¿Han muerto las ideologías?

Esta proposición de que las ideologías han muerto fue particularmente repetida justo después de la caída del bloque comunista. Aún hay gente que lo sostiene. Pero, ¿qué quiere decirse con ello?

En primer lugar, por su origen es claro que quienes sugirieron la "muerte de las ideologías" equiparaban socialismo con capitalismo. Como si ambas fuesen especies de fundamentalismos que había que superar.

Lo cierto es que el capitalismo no murió. En realidad, el socialismo tampoco murió, pero sí fracasó rotundamente en todo lugar donde fue intentado. El socialismo se encargó de acabar directamente con las vidas de más de cien millones de seres humanos, además de retrasar sociedades a estadios semibarbáricos.

Todo esto se daba mientras el capitalismo continuaba elevando de muchísimas maneras la calidad de vida de millones de personas y reduciendo la pobreza en el mundo, todo ello respetando la libertad y la dignidad de las personas.

De modo que no son equiparables.

Pero más allá de la guerra fría, sigue habiendo gente que dice que "las ideologías han muerto". Sin embargo, ello es una falsedad, pues no es posible para nadie ver el mundo sin una ideología. La consigna "las ideologías han muerto" es en sí una ideología: se llama nihilismo. Es ésta una ideología que clama la muerte de todo sistema de valores alegando que no hay verdad moral.

El nihilismo aplicado pretende que no hay principios de nada. Todo debe ser evaluado y decidido en función de las particulares circunstancias de cada caso, sin atención a principios generales, pues niega siquiera que éstos existan. Pero tal pretensión es claramente absurda. El conocimiento adquirido por el individuo durante toda su vida le permite ver que sí hay principios. El Sol sale todos los días por el Este y se oculta por el Oeste; los objetos caen a la Tierra por efecto de la gravedad; todos los que nacemos eventualmente morimos; la Vía España está hoy exactamente allí donde ha estado siempre, etc. El individuo no puede afrontar la realidad con total desvinculación de cualquier conocimiento previamente adquirido, el cual va conformando un sistema coherente de conocimiento.

Ese conocimiento previamente adquirido nos sirve precisamente porque hay principios y reglas de aplicación general y bastante fiables (que no infalibles), y dado que el individuo estructura ese conocimiento (aunque sea de manera inconsciente), dicha estructura constituye su ideología.

La civilización se construye sobre la base de que sí hay ciertos principios y normas que rigen la convivencia social. No matar al prójimo; no robarle lo que es suyo; no engañar en los contratos y transacciones con el prójimo; no dañar lo ajeno, etc. Un sistema jurídico, qua sistema, tiene que estar cimentado sobre una ideología específica. La mera idea de un sistema jurídico requiere necesariamente de principios generales y por tanto de una ideología.

El judeocristianismo, el racionalismo helénico, y la res pública de Roma, son las tres principales fuentes que han inspirado a nuestra civilización occidental.

El judeocristianismo, por un lado, propugna el universalismo, por ejemplo, el derecho a la vida humana es algo que tienen todos los seres humanos sin distinción de credo, raza, clase social, y no solo los cristianos y judíos o blancos.

El sistema jurídico que en occidente se ha inspirado del judeocristianismo prohíbe a los individuos atentar contra la vida de otros individuos, o quitarles por la fuerza lo que es suyo, o utilizarlos como instrumentos para nuestros propios fines, etc. Es ésta una ideología que restringe lo que cada persona puede hacer, incluyendo a los gobernantes, y dichas restricciones vienen dadas por una idea metafísica de lo justo versus lo injusto. Sin esa ideología, el gobierno sería ilimitado y podría hacer lo que fuese.

Es por lo anterior que la civilización y el nihilismo son incompatibles. El nihilismo es una rebeldía contra la ética judeocristiana (o cualquier otra, pues niega la validez de cualquier sistema moral), y tiende alternativamente hacia el totalitarismo o hacia un retroceso a la barbarie. La aceptación del nihilismo y su consigna de "las ideologías han muerto" nos llevaría a tener que rechazar el sistema jurídico que forma la base de occidente. De hecho, no es coincidencia que el advenimiento del nihilismo advertido por Nietzsche haya precedido y alimentado el creciente abandono del sistema jurídico iusnaturalista, con su idea de justicia como objetivo máximo del derecho, y su reemplazo por el sistema de legislación positivista, donde el Parlamento es tenido como soberano en sentido de que puede legislar lo que sea sin limitación moral alguna.

Yo tengo una ideología: una que reclama para cada persona humana el derecho a la vida, el derecho a la propiedad privada, y el derecho a buscar su propia felicidad por sus propios medios, sin más limitaciones que las estrictamente necesarias para garantizar esos mismos derechos a las demás personas.
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Léalo en La Prensa.

El engaño del etanol

(Artículo publicado en Revista Agenda, abril de 2008)

En atención al impresionante alza del petróleo durante toda esta década, gobiernos de distintos países han concebido estimular alternativas de combustibles para vehículos automotor, con la idea de reducir la dependencia del petróleo. Para reemplazar la gasolina, se sugiere el uso del etanol (alcohol etílico), extraído de caña de los tallos de plantas como la de maíz, o la caña de azúcar (En el caso del maíz no sólo se utiliza la planta, sino el grano mismo también). No sería para reemplazar totalmente la gasolina, pero sí con la supuesta idea de aminorar la dependencia de ésta. En los Estados Unidos hay varios estados donde se está mandando por ley la mezcla de la gasolina como combustible automotor, con cierto porcentaje de etanol.

El problema es que este plan, como suele suceder, tiene ciertos efectos secundarios. Y aquí los efectos secundarios son tales que convierten a la cura en algo peor que la enfermedad.

Alimentos caros

En primer lugar, los cultivos orientados a producir etanol, compiten por la tierra con la producción de alimentos. Como dos y dos siguen siendo cuatro, al aumentarse la demanda de tierra para cultivos para etanol, se aumenta el precio de la tierra, un insumo fundamental para la producción de alimentos como el maíz, arroz, azúcar, y demás alimentos agrícolas. En México se ha visto este fenómeno en lo que se ha llamado las protestas de las tortillas. La mexicana es una población que desde hace siglos basa su alimentación en el maíz, y con alzas de precios en dicho alimento de hasta 30%, es lógico que la gente no está contenta.

¿Eficiencia energética? Piénselo de nuevo

En la producción de etanol se requieren tractores y maquinaria de cultivo y cosecha. Esos tractores y maquinaria requieren energía. Además, a diferencia del petróleo y sus derivados, que pueden transportarse por oleoductos, el etanol no puede transportarse efectivamente por tuberías a grandes distancias. Es decir, para su transporte por tierra se requiere de camiones cisternas, que para propulsión requieren diesel.

Esto se traduce en que la ganancia en términos energéticos es muy poca, si es que la hay (algo que está lejos de ser seguro). Es decir, la energía neta aprovechable, resultante de sustraer la energía consumida en el proceso de producción del etanol, de la energía bruta aprovechable del etanol producido, es muy poca.

¿Reducción de emisiones de carbono? Ni lo sueñe

La idea de que la utilización de etanol como combustible reduce las emisiones de carbono a la atmósfera, se basan en el supuesto de que las emisiones de carbono producidas por la quema del etanol se compensan con el carbono absorbido por la planta respectiva durante su crecimiento.

Pero según diversos estudios recientes, la cosa no es tan sencilla. Aparte del hecho que la producción y consumo de etanol requiere procesos de refinación y transporte del combustible, procesos ambos que añaden emisiones netas de carbono, ocurre otro fenómeno que los optimistas están ignorando: los incentivos a la producción de etanol generan incentivos también para dedicar nuevas tierras al cultivo de las plantas necesarias para la materia orgánica con la que se produce el etanol. Pero esas tierras ya tenían pastos y monte silvestre que estaba absorbiendo CO2. El utilizar ahora esas tierras para producir etanol no produce nuevas absorciones de CO2, y en cambio mediante la quema del etanol producido sí se envía a la atmósfera CO2 que antes se quedaba en la planta silvestre.

Según Joseph Fargione, coautor de un estudio reciente sobre este tema, y científico de la ONG ambientalista The Nature Conservancy, esta afectación de tierra silvestre para cultivo de plantas para producción de etanol, genera emisiones equivalentes a 93 veces la reducción de emisiones (de carbono) resultantes de la sustitución de gasolina por etanol en nuestros motores.

Más daños ambientales

La historia de terror no termina allí. Si se toma en cuenta la acidificación de los suelos, el incremento en el uso de fertilizantes, la pérdida de biodiversidad y la toxicidad de los pesticidas de uso agrícola, que serían generados por los cultivos para etanol, entonces el impacto ambiental neto del uso del etanol como combustible bien podría ser peor que el generado por el uso de la gasolina.

Interfiriendo con el mercado

Desde el punto de vista puramente económico, es obvio que el pasar leyes forzando a la gente a consumir un tipo específico de producto en el mercado, en detrimento de otros, siempre trae ineficiencias y destrucción neta de riqueza. Lo risible en el caso de las políticas pro-etanol es que se supone que están orientadas precisamente a generar ahorros a la economía, por razón de que el petróleo está caro.

Pero en el sistema de libre mercado, si un producto como el petróleo está excesivamente caro respecto de otros sustitutivos como el etanol, de tal manera que resulte rentable producir etanol y venderlo más barato para producir energía, entonces, ¿por qué se requiere que el Estado intervenga y por ley fuerce a las personas a consumir el etanol en lugar de la gasolina?

Digo, a usted nadie tiene que forzarlo por ley a comprar su ropa o su comida en el lugar más barato. Usted solito entiende y decide no pagar $20 por algo que puede obtener por $10. Esto es simple sentido común.

Por esto, desde el preciso momento que se requiere la intervención del Estado, ya sea para subsidiar el uso del etanol, o para forzar a los consumidores a usarlo (como, por ejemplo, mediante leyes que obliguen a mezclar la gasolina con 10% u otro porcentaje definido de etanol), automáticamente ello significa que, después de todo, no hay tal ahorro de riqueza. Más bien lo contrario. Y si aparte de combustible más caro, encima tenemos que aguantar alimentos más caros, la cosa ya no sólo es antieconómica sino que comienza a volverse antihumana también, para rematar.

Conclusión: políticas mal enfocadas

La Organización para la Cooperación y Desarrollo (OCDE), ha emitido un informe reciente en que advierte estos y otros problemas de las políticas promotoras de etanol como combustible automotor, y termina recomendando contra dichas políticas. Dos estudios recientes de científicos de la Universidad de Princeton apuntan en la misma línea.

En resumidas cuentas, el etanol no abarata el costo del combustible; encarece los alimentos para la gente; no reduce las emisiones de carbono; tiene un impacto ambiental neto probablemente peor que la quema de gasolina como combustible automotor. Entonces, ¿dónde está el beneficio? Si con todo esto usted aún le ve algún beneficio real al uso del etanol en reemplazo de la gasolina como combustible automotor, por favor escríbame y dígame cuál es, porque yo no veo dichos supuestos beneficios por ningún lado.

El etanol pinta ser, como tantos otros antes, una cura más dañina que la enfermedad misma. Mejor dejar al mercado funcionar.

El consumo no crea riqueza

(Artículo publicado en Revista Agenda, marzo de 2008)

Al momento de escribir este artículo, se plantea en los Estados Unidos de América la posibilidad de un paquete de “estímulos” a la economía, basado principalmente en devoluciones de impuestos a los contribuyentes, con la idea de reavivar el consumo y con ello darle un respiro a la economía norteamericana, ante la creciente amenaza de una recesión.

No soy yo quien vaya a oponerse a que el Gobierno devuelva impuestos a los ciudadanos, pero sí debo señalar que el objetivo de reavivar la economía no será logrado con la medida propuesta de “estimular el consumo”. La razón es que no es el consumo, sino precisamente el ahorro acompañado de inversión, lo que genera riqueza.

Falacias keynesianas

En medios financieros, se pone gran atención en lo que llaman la “confianza del consumidor”. Se refiere a las expectativas que sobre la economía tienen los consumidores, y la premisa es que cuando los consumidores tienen confianza en las perspectivas económicas, continúa gastando (consumiendo) y ello mantiene la economía funcionando. Y que, por otro lado, cuando el consumidor está pesimista sobre la economía, comienza a reducir su consumo y esto, continúa la idea, es malo para la economía.

La idea de que el consumo es creador de riqueza está simple y llanamente basada en una falacia económica, la llamada “falacia de la ventana rota”. Lo equivocado del razonamiento de esta falacia se ilustra con el ejemplo de un niño que lanza un ladrillo y rompe una ventana. Alguien alega que aunque dicho suceso constituye una pérdida para el dueño de la casa, genera un beneficio para la sociedad, porque ahora el dueño de la casa tendrá que encargar otra ventana, y por tanto el fabricante de ventanas tendrá negocio. Éste, a su vez, tendrá que comprar materia prima, por lo que el que vende vidrio, el que vende el aluminio del marco, etc., tendrán negocio también. Gracias a la travesura del niño, la economía se comienza a mover, corre el argumento.

Pero dicha idea sólo evalúa aquello que estamos viendo. Ignora aquello que pudo ocurrir, pero no ocurrió precisamente porque el niño rompió la ventana. Por ejemplo, el dueño de la casa bien podría haber estado queriendo comprarse un nuevo vestido, y ahora que tendrá que gastarse el dinero en la ventana, el vestido tendrá que esperar. El negocio del fabricante de ventanas, entonces, vino a costa del negocio del sastre. No fue una ganancia neta para la sociedad.

El absurdo se hace evidente por cuanto aunque es cierto que se va a generar nueva actividad económica para reconstruir la ventana, dicha actividad económica sólo hará retornar las cosas a la situación anterior. Esa misma actividad económica, de no ser por la destrucción, podría haberse empleado en aumentar más aún la riqueza.

Es la producción, no el consumo, lo que crea riqueza.

Es que, por definición, el consumo es lo contrario a la creación de riqueza. El consumo presupone la existencia de riqueza ya creada, pues no se puede jamás consumir lo que no existe.

Y para producir cosas, es necesario el capital, entendido como la riqueza que no se destina para su consumo inmediato, sino para producir más riqueza. Esto hasta Marx lo entendió. Y por necesidad, las inversiones de capital requieren de ahorro. Esto se desprende de que no se puede destinar para producción, algo que usted ya consumió, porque esto último implica que ya no existe, y como lo que no existe no se puede usar para producir nada, pues ahí lo tiene usted: el ahorro es un sine qua non de la inversión.

Pero la falacia keynesiana del consumo como generador de riqueza completa el círculo del sinsentido cuando trata al ahorro como algo peligroso para la economía. Es que según la visión keynesiana, cuando la gente decide ahorrar (por la razón que sea), deja de “mover la economía”.

¡No señor, el ahorro de hoy es lo que permite el consumo de mañana! Imagínese usted que un asesor financiero le dijese que, para vivir en mejores condiciones económicas en el futuro, lo que usted debe hacer es aumentar sus gastos de consumo, aunque ello implique endeudarse, y ahorrar muy poco o nada. Ante semejante consejo, estoy seguro que usted saldría huyendo.

Pero cuando pasamos del escenario micro al macro, y hablamos de una población entera y no de una familia, por alguna razón misteriosa la lógica cambia súbitamente. Se invierte por completo el sentido común, y se dice que hay que evitar a toda costa que la gente reduzca el gasto de consumo y aumente el ahorro, porque ello traería la catástrofe para la economía de un país.

Mejor no nos estimulen tanto

Cuando los gobiernos hacen política económica basándose en falacias como ésta, tal cual ha ocurrido muchas veces y pareciera que puede ocurrir en los Estados Unidos este año, ello inevitablemente conduce al agravamiento de la crisis.

Si se quiere reactivar una economía, no debe estimularse el gasto y desestimular el ahorro y la inversión. Lo que debe hacerse es reducir barreras al ahorro y la inversión. ¿Y cómo se logra esto?

La manera más efectiva de lograr esto es mediante: a) reducción general de impuestos (y no meras devoluciones de $300 a cada contribuyente de clase media); b) desregulación y desburocratización, y c) eliminación de barreras a la libre empresa y la libre competencia, tanto interna como externa.

En cuanto a las reducciones de impuestos, lo más efectivo es la reducción de impuestos a las empresas. Dado que los impuestos son un costo de hacer negocios, mientras más altos sean los costos de las empresas, menos ahorro habrá disponible para invertir. Irónicamente entonces, muy contrario a lo que proponen los populistas norteamericanos, si hay que elegir entre una reducción impuestos a las personas o una reducción de impuestos a las empresas, lo más efectivo para reactivar una economía es ésta última.

La carreta delante de los bueyes

Lamentablemente, cuando los gobiernos tienen como política económica estimular el gasto de consumo y desincentivar el ahorro, la economía termina sufriendo las consecuencias. El monstruo del keynesianismo, que tanto daño ha hecho desde el Siglo XX, continúa haciendo daño. Durante la Gran Depresión iniciada en 1929, los gobiernos sucesivos de Herbert Hoover y de Franklin D. Roosevelt incurrieron en políticas como las que ahora se promueven, de estimular el consumo, establecer más barreras regulatorias para todos los negocios, e incluso aumentaron los impuestos para incrementar el gasto público. El resultado fue que lo que hubiese sido una mera recesión de corto plazo, se convirtió en una Depresión que duró hasta finales de la década de 1930 (el mito de que el “New Deal” acabó con la Gran Depresión es eso, un mito. Los altos niveles de desempleo y el estancamiento económico continuaron hasta poco antes de la II Guerra Mundial).

Lamentablemente, las propuestas políticas de algunos precandidatos presidenciales en Norteamérica suenan demasiado similares a las medidas populistas del New Deal. Ideas como: aumentar los impuestos a las empresas, especialmente las petroleras; establecer barreras al libre comercio para “proteger” las industrias nacionales, y hasta violentar la libertad de contratación, pasando leyes para evitar las ejecuciones de hipotecas a las personas morosas.

Espero que tales propuestas sean meramente demagogia de campaña, y no sean llevadas a la práctica. Sería catastrófico.

El auge de los commodities

(Artículo publicado en Revista Agenda, febrero de 2008)

El presente siglo ha visto un mercado alcista de los commodities en general, situación que se mantendrá todavía por varios años más. Hay oportunidades de ganancias muy altas en este sector, uno de los más atractivos aún para los próximos años.

(En el contexto financiero, un commodity es un tipo de mercancía fungible, que se intercambia por unidades de peso o volumen, como los metales de uso industrial, metales preciosos, combustibles y granos.)

Ciclo de producción

Durante las décadas de 1980 y 1990, el sector de commodities no era “sexy”. Los precios internacionales de los commodities, en general, venían en bajada y lo estuvieron por casi 20 años. Muy poca gente invertía entonces en dicho sector, y esto llevó a una contracción de éste a nivel mundial.

Los commodities tocaron fondo a fines de la década de 1990, cuando el oro llegó a aproximadamente $240 la onza, y el petróleo a $11 el barril. Pero a partir de entonces inició la recuperación, y especialmente a partir del año 2000 el sector fue tomando más fuerza, con la que continúa hoy. ¿A qué se debió este giro? Básicamente, a que las cantidades de commodities producidos no eran suficientes para satisfacer la creciente demanda. Como el sector se contrajo por casi 20 años, no se invirtió suficiente en mantener y menos en ampliar la capacidad de producción.

Y esta tensión entre la demanda y la oferta se mantendrá en ese mismo sentido por varios años más. La razón es que, a pesar que los más altos precios envían una señal a los actores del mercado para producir más, el aumento en producción no es instantáneo. Por ejemplo, con los minerales como la plata, oro o cobre, no es que usted decide hoy invertir $100 millones y mañana tiene la mina produciendo. Toma literalmente años (usualmente entre 7 y 10 años para minerales metálicos, e igual ocurre con el petróleo) entre que se inicia la exploración, la evaluación, los estudios de factibilidad, los estudios de impacto ambiental, y todo lo demás hasta que finalmente se produce la primera onza de mineral.

Inflación monetaria

Otro de los factores que ha contribuido a impulsar este mercado alcista de los commodities, es la inflación monetaria de parte de prácticamente todos los bancos centrales del mundo, comenzando con la misma Reserva Federal norteamericana.

Hasta 1971 el sistema monetario internacional de Bretton Woods era uno basado en el oro, al menos nominalmente. El dólar era la moneda de reserva internacional, y era convertible en oro a razón de 1/35 de onza por dólar. Pero durante la administración del presidente Nixon se abolió finalmente la convertibilidad, y desde entonces tanto el dólar como virtualmente todas las otras monedas importantes del mundo dejaron de estar respaldadas con oro y se convirtieron en monedas de curso forzoso.

La década de 1970 vio entonces un enorme mercado alcista de los commodities, que llegó a su fin con la contracción monetaria de fines de dicha década. Pero la expansión monetaria fue reiniciada pocos años después, a mediados de la década de 1980, y desde entonces ha continuado hasta nuestros días.

Lo que digo, en resumen, es que el mundo ha estado presenciando una expansión monetaria sin precedentes, sin respaldo de ningún tipo, durante más de 20 años, y el resultado es inflación, que eventualmente se manifiesta en aumentos de precios de los commodities.

Metales preciosos y petróleo

El oro y la plata se benefician de manera peculiar cuando hay inflación, porque la gente busca un refugio para protegerse de la pérdida de poder adquisitivo de las monedas de curso forzoso. El petróleo, por otro lado, tiene la particular característica de que aproximadamente la mitad de la producción mundial está en manos de empresas estatales, lo cual siempre es un negativo augurio para las perspectivas de aumento de producción.

Apalancamiento

Para quien tiene un panorama de inversión a largo plazo, más redituable aún que invertir en los commodities mismos, puede ser invertir en acciones de compañías que se dedican a la producción de commodities. Es decir, compañías mineras, compañías que están en el negocio de la exploración y explotación de petróleo, y compañías que dan servicio a la explotación minera.

En un mercado alcista de commodities, los rendimientos potenciales de invertir en compañías que se dedican a la actividad son varios múltiplos superiores a los rendimientos posibles de invertir directamente en los commodities (aunque, como es de esperarse, también conllevan mayor volatilidad).

Por ejemplo, como se aprecia en el gráfico, desde enero de 2000 a diciembre de 2007 el oro fue de $281/oz a $833/oz, para un aumento de 196%, pero en el mismo período, el aumento del precio del oro benefició a las compañías mineras de tal manera, que el índice HUI, un índice de compañías mineras norteamericanas que se especializan en la producción de oro y plata, tuvo un rendimiento de 580%.

Conclusión

Por varios años todavía (al menos por el resto de esta década), los fundamentos de los commodities en general se mantendrán con una fuerte demanda y una relativamente insuficiente oferta. Esto prácticamente garantiza retornos por encima del promedio del resto del mercado. Es, por estas razones, el sector más atractivo para invertir en los años venideros.