Caos planificado

(Artículo publicado en Revista Agenda, octubre de 2008)

El desorden urbano de nuestra ciudad capital es resultado, no de la falta de planificación, sino precisamente de la planificación y acción estatal. Este desastre es resultado de toda una serie de malas políticas públicas en materia de transporte y organización vial.

Cupos = oligopolio

El sistema de cupos para el transporte colectivo y selectivo es uno igualito a las patentes reales que concedía el Rey en la época colonial, y que otorgaba a sus beneficiarios el derecho a explotar un negocio de manera exclusiva, sin competencia. Si usted creía que eso se acabó con la época del republicanismo, está equivocado. No existe la libre empresa en el negocio del transporte. No es sorpresa entonces que este sector muestre todos los males propios de un oligopolio.

Falta de marcas comerciales

Dado que el sistema de transporte colectivo urbano no puede ser operado por empresas, sino que tiene que ser el antisistema de cupos individuales, no existe para los propietarios de buses una marca que proteger. Si fuesen empresas, éstas tendrían un incentivo económico para brindar un buen servicio, mantener sus buses en excelente estado, y responder económicamente por los daños causados a terceros en accidentes. Todo ello, para proteger la marca. Pero en un sistema en que no es posible tener una marca asociada al servicio que brinda una persona o empresa, ocurre la tragedia de los comunes, en que a los dueños de autobuses no les interesa ofrecer un buen servicio a sus pasajeros, ni cuidarse de no causar daños a terceros en sus operaciones, precisamente porque no tienen una marca que proteger.

No hay que irse lejos para ver cómo funcionaría el transporte urbano con un sistema en que los propietarios de buses tuviesen marcas que proteger. Fíjese usted en las líneas de transporte interurbano, las que nos llevan hacia y desde el interior del país, al menos en las rutas más importantes, como Panamá-David o Panamá-Santiago, por ejemplo. Verá usted que a diferencia de los diablos rojos, allá sí se ve calidad en el servicio, buses bien mantenidos, con aire acondicionado y hasta televisión. Allí sí son empresas las que brindan el servicio, y por tanto hay marcas asociadas a dichas empresas. Por si fuera poco, en esas líneas de transporte no ve uno las regatas mortales que se ven en la ciudad con los diablos rojos. Así funcionan las cosas donde hay verdadera libre competencia.

¿Calles o estacionamientos?

Otra cosa que afecta de manera notable el flujo vehicular en ciertas áreas de mucho tráfico, es el hecho que las calles parecieran haber sido construidas más como parques de estacionamiento que como calles propiamente. Intente usted pasar por cualquier calle en El Cangrejo, por usar un caso ilustrativo, y fíjese bien. La Vía Argentina, por ejemplo, es una bien amplia de cuatro carriles. Pero sólo pueden usarse dos, puesto que en cada uno de los sentidos de circulación, hay un carril que está ocupado de inicio a fin como estacionamiento vehicular. Y es el propio Municipio el que actúa aquí de ‘bien cuidao’, con sus estacionómetros puestos a lo largo de ambas aceras. La historia se repite en la Vía Veneto, en la Alberto Navarro y en prácticamente todas las demás vías del barrio de El Cangrejo. El Municipio legitimiza así el mal uso de las calles.

Calles públicas = eternos tranques

¿Cuándo fue la última vez que vio usted que algo operado por el Estado mantiene un buen servicio a la población por tiempo prolongado? Las calles, que son públicas, tienen tanto costos de construcción, como de operación y mantenimiento. Y su uso genera costos también. Pero nadie paga directamente por usar las calles. El resultado es que siempre habrá oferta insuficiente de calles, en otras palabras, siempre habrá tranques vehiculares en un sistema de calles públicas. Los tranques son absolutamente inevitables en tal sistema, igual que las largas colas son inevitables en los sistemas socialistas. Como no hay que pagar por usarlas, no hay racionamiento voluntario en el uso por parte de las personas.

En un sistema de calles privadas, el usuario tendría que incorporar a su cálculo de costos de tener carro, el costo directo de usar las calles (peajes). Como no tiene que hacerlo en el sistema de calles públicas, hay mayor demanda de carros que disponibilidad para su circulación. Esto es algo, como dije arriba, inevitable en el actual sistema. Así, no importa cuántos millones sean gastados en nuevas calles, éstas jamás serán suficientes.

Conclusión

El desastre urbano que vivimos en la ciudad de Panamá es más complejo de lo abarcado en este corto espacio. Pero lo arriba señalado apunta a las principales causas del problema. Cualquier política pública que no se concentre en tales puntos, sólo podrá, en el mejor de los casos, maquillar el problema, pero jamás resolverlo.