La ventana rota

(Artículo publicado en Revista Agenda, Panamá, ed. de mayo de 2011)

Existen muchas falacias económicas que por alguna razón se constituyen en creencias populares. En Economía, una de las más arraigadas no sólo en mentes de personas no instruidas en la ciencia de la Economía, sino también, sorpresivamente, en muchísimas personas formadas académicamente en dicha disciplina, lo es la llamada falacia de la ventana rota.

Lo que se ve

La paradoja es ésta: un niño en un barrio toma un ladrillo y lo lanza contra la ventana de vidrio de un establecimiento comercial local, rompiéndola. Llegan los vecinos y, al ver la ventana rota, se debaten entre si quien la rompió es un bribón o un benefactor para la sociedad, pues mientras unos argumentan que romper la propiedad ajena es un acto de vandalismo que sólo males puede traer, otros alegan que no hay mal que por bien no venga, y que a fin de cuentas la destrucción de la ventana traerá prosperidad.

Los que sostienen que la rotura de la ventana trae prosperidad, explican que ahora el dueño de la tienda tendrá que ordenar al fabricante de ventanas, que le haga una nueva. El fabricante de ventanas habrá generado una venta que de otro modo no habría hecho, y por tanto tendrá ahora más dinero y parte de ese dinero adicional irá a parar a la economía local, por cuanto el dueño de la fábrica de ventanas, lógicamente, gastará al menos una parte de su nuevo ingreso en bienes y servicios en el mercado.

Reductio ad absurdum

Si romper una ventana genera efectos positivos para la economía, ¿por qué conformarnos con una ventana? ¿Por qué no destruir toda la ciudad o todo un país? Si le solicitamos a un país amigo que nos bombardee la ciudad con su fuerza aérea y la reduzca a escombros, ¿no sería ello aún más estímulo a la economía? Alguien dirá: “¡pero está usted exagerando!”. Ve usted, allí donde llevamos el argumento a sus lógicas consecuencias, entonces algunos reclaman juego sucio. Pero el recurso de llevar un argumento a la amplificación para apreciar mejor sus lógicas consecuencias, es un método reconocido en lógica, y se conoce como reducción al absurdo.

Cuando era presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Nancy Pelosi se refirió al devastador terremoto que azotó Haití en el año 2010, señalando que era una oportunidad para generar un boom económico en dicho país. Y el economista Paul Krugman, escribiendo en su columna del New York Times, ha señalado recientemente que el terremoto y posterior tsunami que sacudió Japón en marzo de este año, presenta una oportunidad de expansión económica para este país.

Es decir, que no exagero, más bien, sí hay quienes llevan la falacia de la ventana rota a sus lógicas consecuencias, y ni aún así se percatan de que están ante un error de razonamiento. ¿Cómo va a ser que un desastre natural, algo que por definición es destructivo, puede ser confundido con algo constructivo y generador de prosperidad?

Raíz del error

El argumento a favor de la destrucción de la ventana tiene muchas expresiones. Pero la raíz de todas ellas es la creencia de que lo que genera riqueza en una sociedad, es el consumo. Dicha idea forma pilar del modelo de pensamiento keynesiano. Sin embargo, no es el consumo sino el ahorro y la inversión en capital, lo que genera prosperidad. A mayor consumo, menor ahorro y por tanto menor inversión en capital, definido como riqueza utilizada para crear más riqueza (en vez de para ser consumida). El consumo es el objetivo de nuestra actividad económica, es decir, producimos para poder consumir, aún cuando nuestra producción no la consumimos directamente sino que la vendemos para poder comprar otra producción que sí requerimos.

El hecho que no consumimos nuestra propia producción, sino que vendemos ésta en el mercado a cambio de dinero, que luego usamos para comprar la producción de otros y así entonces consumir, no cambia el hecho de que para poder consumir algo, dicho algo primero debe haber sido producido. No se puede consumir lo que no existe. He aquí en esencia la que se conoce como la Ley de Say (por su más famoso expositor, Jean Baptiste de Say). La Ley de Say no es refutada por la existencia del crédito, que permite que alguien consuma sin haber producido, porque incluso ese alguien que consume sin haber producido antes gracias a que alguien le prestó para costear su consumo, necesitó que el prestamista hubiese producido primero aquello que le prestó, o algo que vendió a cambio de dinero que a su vez prestó. Usted puede pedir prestado para comprarse un azadón que usará para producción agrícola, pero aunque usted no haya producido nada para vender y luego con el producto de dicha venta comprar el azadón, más vale que alguien haya producido primero el azadón, pues los azadones inexistentes no sirven para arar la tierra.

Entonces, por Ley de Say, sabemos que para poder consumir algo, ese algo tiene que haber sido producido primero. La riqueza entonces viene del proceso mediante el cual ese algo se produce en primer lugar. Y ese proceso productivo requiere, por fuerza, que recursos sean dedicados a él, que no lo han sido al consumo. Si el dueño del establecimiento comercial tiene ahora que dedicar recursos a comprar una ventana que le rompieron, esos mismos recursos ya no los puede dedicar a emplear a otro dependiente, o a comprar una caja registradora, con los que habría aumentado la productividad de su tienda. En este caso, la destrucción de la ventana lleva irremediablemente a una destrucción neta de riqueza, jamás a lo contrario.

Lo que no se ve

Esto es lo que Frederic Bastiat, economista francés del Siglo XIX, señalaba como el error que surge de la diferencia entre lo que se ve y lo que no se ve. Vemos la nueva venta que hizo el fabricante de ventanas, y su nueva riqueza debida a que el comerciante perdió una ventana al vandalismo. Lo que no vemos, es lo que se dejó de producir, la riqueza que se dejó de generar, precisamente para poder reemplazar la ventana rota. Vemos el nuevo dinero que el ventanero se gasta en el cine o en el supermercado, pero no vemos el vestido que el comerciante pensaba mandarse a hacer con el sastre. Si el comerciante no hubiese sufrido ese acto vandálico, tendría su ventana y además un vestido nuevo (o contrataría un empleado adicional, o compraría más mercancía para vender, etc.). Pero ahora, gracias al acto vandálico, sólo tiene la ventana (que tuvo que comprar).

Que la destrucción no genera riqueza sino que la destruye es una tautología que debería ser obvia y no requerir sustentación. Está muy arraigada, pero sigue siendo una falacia de la que debemos prevenirnos.