La competitividad y el régimen fiscal

(Publicado en Revista Agenda, octubre de 2006)

En Panamá somos muy creativos a la hora de crear incentivos para sectores económicos específicos. ¿Queremos desarrollar X actividad? Démosle exoneraciones. ¿Que si hay potencial en este otro sector y queremos atraer inversión allí? Garanticémosle un régimen impositivo distinto, con exención de muchos impuestos, exención de aranceles para sus insumos, y exención también de la retahíla de regulaciones que tenemos para todo.

Eventualmente uno se pone a pensar: si para desarrollar cualquier actividad se necesita librarla de la mayor parte de toda una serie de impuestos y cargas regulatorias, ¿por qué no lo hacemos para todas las actividades y nos evitamos tener que exonerar caso por caso?

Como el título indica, voy a concentrarme aquí en el aspecto fiscal.

Compitiendo por inversiones

Hoy día, cuando uno puede estar en Panamá y mantenerse comunicado de muchas maneras en tiempo real con gente en cualquier parte del mundo y a costos continuamente en decrecimiento, la movilidad empresarial está aumentadísima. Esto quiere decir que básicamente, el inversionista no está amarrado a ninguna posición geográfica específica, sino que se da el lujo de elegir a partir de un amplio abanico de opciones.

Obvio es que el régimen impositivo es uno de los aspectos que el inversionista mira con detenimiento a la hora de decidir sobre sus inversiones. Y los países con regímenes impositivos favorables (léase bajos impuestos), son los que tienden a ser más favorecidos por los inversionistas.

Un ejemplo reciente de esto es Irlanda. Este país era el patito feo de Europa. En la década de 1970 Irlanda tenía una tasa de desempleo de 20% y su PBI per capita era el número 21 del mundo. Pero a fines de la década de 1980 el gobierno irlandés inició una política completamente distinta, contraria, a todo lo que había venido haciendo hasta ese momento, y decidió reducir los impuestos.

Hoy día Irlanda tiene una tasa corporativa de impuesto sobre la renta de 10%, ha reducido su desempleo a un 4%, que se encuentra entre los menores de toda la Unión Europea, y está en la posición 11 en el mundo, en cuanto a PIB per capita. De ser el patito feo de la Unión Europea, ha pasado en menos de una generación a ser el llamado tigre celta, el ejemplo a seguir en la Unión Europea, con una economía muy dinámica y calidad de vida que se encuentra entre las mejores de toda Europa.

La reducción impositiva no se hizo en una sola etapa. Fue gradual pero proyectada desde el inicio. Y fue uno de los pilares de la política económica que resultó en la gran atracción de inversión, particularmente de empresas multinacionales que decidieron establecer allí sus sedes regionales para el Reino Unido y para Europa.

El próximo Irlanda: ¿Panamá?

Panamá tiene más ventajas que las que tiene Irlanda. Principalmente, tenemos una posición geográfica privilegiada que desde hace más de medio siglo nos ha invitado a participar de la globalización y el comercio internacional.

Debido a esa misma posición geográfica, que nos da acceso a muchas rutas marítimas, y con un eficiente hub aéreo que aún tiene mucho potencial de expansión, cualquier empresa multinacional que mira hacia el mercado latinoamericano piensa primero en Panamá a la hora de decidirse por una sede regional. Pero cuando comienza a estudiar la cantidad de trabas que nosotros mismos, (con nuestra crónica mentalidad de “bien cuidao, chief”) les ponemos por delante, eventualmente los inversionistas se deciden por irse a otro lado.

Si Panamá establece un régimen fiscal de impuestos bajos (iniciando con una tasa corporativa de, digamos, 7%), ya no habría necesidad de que cada vez que se quiere atraer inversión para un sector determinado, haya que pasar una ley otorgando exoneraciones fiscales a dicho sector. Es decir, todas las exoneraciones que tenemos hoy para sectores como turismo, maderero, marítimo, industrial, bienes raíces (y mejor no sigo porque la lista es larga y el espacio es corto), podríamos eliminarlas y simplemente hacer un sistema fiscal que sea atractivo para las inversiones en general, y no únicamente para éste o aquel otro sector económico.

La píldora amarga: los subsidios tienen que irse también

Digo amarga, porque quien está acostumbrado a recibir un cheque del Estado por su “producción” (que además está protegida gracias a política proteccionista – aranceles y demás restricciones a la importación), no se alegrará, pero lo cierto es que para reducir la tasa impositiva general será necesario también eliminar la hemorragia de riqueza destruida que constituyen los subsidios (directos e indirectos).

La cosa está básicamente así: unos pagan hasta 30% de su renta neta, en tanto que otros no sólo no pagan sino que reciben un cheque (financiado con los impuestos de aquéllos). ¿Es justo que unos paguen tanto mientras que otros reciben? Mientras no se eliminen los subsidios de nuestros muchísimos regímenes “incentivos” a determinadas actividades, no se podrá hacer realidad una rebaja de impuestos que nos haga realmente competitivos.

Conclusión: Los impuestos son uno de los varios costos de la inversión. A mayores costos, menos atractiva es la inversión. Esta ecuación puede uno atenderla o ignorarla. Pero en la eterna lucha entre la realidad y la ilusión, siempre, absolutamente siempre, gana la realidad. De modo que ignoramos la realidad económica sólo en nuestro propio perjuicio.

¿Cuál será nuestra decisión?