Costosa Burocracia

(Artículo publicado en Revista Agenda, septiembre de 2009)

El letargo estatal en todo lo que tiene que ver con trámites, licencias, permisos, y demás procedimientos que el ciudadano tiene que hacer ante autoridad pública, es un costo no contabilizado, pero que definitivamente nos cuesta mucho a todos los panameños. Aunque parezca irónico, las llamadas soluciones que muchas veces se proponen, sólo sirven para agravar el problema. En este artículo veremos por qué.

Botellas, garrafones, medio galones, pachitas y demás

El primer problema es que las botellas no se limitan a aquellos que cobran sin asistir a su puesto de trabajo designado. El asunto va más allá de eso. Es que existen muchos nombrados que, aunque sí asisten a diario a su oficina, no hacen realmente nada productivo. ¿Cómo ocurre esto? Simple, en una empresa privada, el dueño está forzado por las circunstancias a contratar a los mejores y a los más eficientes. Y no puede contratar más allá de lo que la productividad de la empresa permite.

Pero en el Estado la cosa es muy diferente. En el Estado, para comenzar, los que nombran no son propietarios que ponen la plata para los salarios de su propio bolsillo. Allí los empleadores pagan con plata ajena, la de usted y la mía. Y por si esto fuera poco, por cada persona adicional que nombran con la plata ajena, reciben lealtad y votos de parte de esos nombrados. Para el que nombra, es un negocio redondo, todo beneficios y cero costos. Para los contribuyentes, es pérdida por donde lo vea.

Esto es lo que explica que en el Estado se derroche en posiciones que son extremadamente innecesarias. Por ejemplo, en este país en todo Ministerio uno ve que el Ministro tiene conductor, así como tienen conductor asignado varios funcionarios con rango de Director. Usted no ve semejante cosa en la empresa privada, donde hasta el Presidente de la compañía conduce su propio auto.

La culpa no es sólo de los políticos

Sí, ya casi lo escucho a usted, amigo lector, diciendo “la culpa entonces es de los políticos.” Pero me tomo el atrevimiento de sacudirlo. Usted y yo, como ciudadanos, somos tanto o más culpables que los políticos que hacen esto. ¿Por qué digo esto? Porque los panameños, cada vez que hay un problema, tendemos a decir “que el Gobierno haga algo”. Para mí, es incomprensible cómo continuamos clamando porque el Gobierno siempre resuelva los problemas, cuando sabemos, pues hasta chistes contamos sobre esto, que el Gobierno sólo empeora las cosas.

Si no es así, le pido que piense un rato y trate de evocar tan sólo un asunto en que el Estado se meta y lo haga bien. El transporte colectivo es un desastre en la ciudad capital precisamente desde que en la década de 1970 se intervino y se eliminó el sistema privado que funcionaba bien. El antisistema de los diablos rojos, es un monstruo creado por el Estado con la excusa del interés social.

Y la lista es prácticamente interminable: seguridad social, hospitales públicos, escuelas públicas, malos servicios públicos, y pésima atención al contribuyente en todos lados a donde uno vaya. Así que por favor, amigo lector, la próxima vez que analicemos un problema de nuestra sociedad, no salgamos al paso exigiendo que el Estado se meta a ‘solucionarlo’. Porque es entonces que la cosa se pone insoportable.

El consejo de sabios

La idea de que existe un grupo de personas que puede resolver los problemas de la sociedad ampliada, si tan sólo nombramos a ‘los mejores’, es un verdadero placebo. No existe tal cosa. En la práctica, lo único que logramos con crear cada vez más instituciones, direcciones, departamentos y unidades estatales con funciones inventadas, es crear una cada vez más hipertrofiada planilla estatal que a todos los contribuyentes nos cuesta demasiado. Y nos cuesta no sólo en dinero, sino en pésima atención y servicio.

La solución real

La única solución verdadera es que los ciudadanos recuperemos nuestra libertad quitándole poder a los burócratas. No más instituciones autónomas para realizar funciones inventadas. Lo que requerimos es que el Estado se concentre en aquellas funciones que sí le corresponden, como policía y administración de justicia, que ha dejado cada vez más desatendida precisamente por pretender dedicarse a miles de cosas que no le corresponden.