Subsidios caros

(Artículo que me publicó la Revista Agenda, edición de abril de 2010)

La expresión que titula este artículo es redundante: no existen subsidios cuyo costo real sea menor que sus beneficios. Los subsidios generan una serie de costos, algunos de los cuales se ven, en tanto que otros pasan agachados sin ser por ello menos dañinos. Con el pasar de los años los programas de subsidios por interés social han ido aumentando en número y en desembolsos, y recientemente el Gobierno Nacional ha creado aún más programas de supuesto apoyo social que algún día terminaremos lamentando seriamente.

Costos directos

En este artículo me refiero especialmente a los subsidios de corte social, como el subsidio a la tarifa eléctrica (para los que consumen menos de 500 Kwh por mes), el subsidio al tanque de gas de 25 libras, el subsidio de la Red de Oportunidades (bono de $35 que inició el Gobierno de Martín Torrijos, y que luego subió a $50, para ciertas familias de bajos recursos), y el de $100 para los 70, ahora establecido el Gobierno de Ricardo Martinelli para cumplir promesa de campaña.

Estos programas de supuesto apoyo social generan costos directos para el resto de los ciudadanos. El costo de estos programas ascenderá para el presente año a la friolera de $645 millones. La recaudación del I.T.B.M.S. en el año 2009 fue de $561 millones, y el Gobierno Nacional estima que el aumento de la tasa de dicho impuesto a 7%, aumentará la recaudación por entre $200 a $240 millones. En otras palabras, podemos decir que el I.T.B.M.S. está siendo usado para pagar todos estos programas de subsidios sociales.

Un breve análisis nos revela algo importante: estos subsidios los está pagando el propio pueblo que supuestamente recibe los beneficios. Es incontrovertible que quienes menos ingresos generan, deben dedicar una mayor parte de sus ingresos a consumo inmediato y cotidiano. Y muy contrario a lo que dicen algunos defensores del aumento del I.T.B.M.S., las personas de bajos ingresos sí compran ropa, zapatos, juguetes, van al cine, comen en restaurantes de comida rápida y fondas, y consumen muchas otras cosas que están gravadas con el I.T.B.M.S.

Vemos entonces que quienes realmente pagan los subsidios, son precisamente aquellos llamados a beneficiarse de ellos. Tan sólo con este breve vistazo a los números, vemos que si verdaderamente se quiere ayudar a los de menos recursos, muy mejor sería bajar la carga tributaria al consumo, en lugar de establecer más subsidios.

Costos indirectos inmediatos

Pero el problema con los subsidios de supuesto apoyo social, es que los costos reales no terminan con los directos. Existen otros más difíciles de ver a simple vista. No marcan en las estadísticas oficiales, pero son tan dañinos o más que los costos directos.

Por un lado, los subsidios incentivan conductas negativas. Ejemplo: el subsidio a la electricidad desincentiva el ahorro. Para una familia cuyo consumo mensual sea menor a 500 Kwh, siempre que su consumo no llegue a dicho hito, sus miembros son premiados por el subsidio a consumir más electricidad. Esto, a la vez que el Estado promueve el ahorro energético con diversas políticas que a su vez cuestan dinero.

Todo en la vida tiene un costo. El subsidio no elimina ni reduce esos costos, sino que los transfiere a otras personas. Y como todo programa de subsidios tiene a su vez costos de administración, se generan nuevos costos para todos los asociados. El resultado es siempre una pérdida neta de riqueza para la sociedad.

Por otro lado, los subsidios reducen la competitividad. Dado que todo subsidio lo paga alguien, ese alguien termina viendo que se reduce su bienestar. Las actividades económicas generadoras de riqueza se encarecen. Las empresas que deben pagar la tarifa de electricidad comercial e industrial, pagan una tarifa encarecida para poder sufragar en parte el subsidio a los que consumen menos. Esto encarece los productos y servicios que dichas empresas generan, con lo que se afecta la capacidad de generación de riqueza y empleos del sector empresarial. Y además, dado que esos mismos productos y servicios se encarecen, al final termina el consumidor pagando los platos rotos.

Paternalismo

Los programas de supuesto apoyo social como el de $100 para los 70, sabemos siempre cómo inician, pero nunca cómo terminan. En todo país donde se establecen programas de llamada asistencia social, que no son más que paternalismo, dichos programas inician siempre como algo provisional y representan una erogación relativamente pequeña para el Estado. No obstante, con el pasar del tiempo dichos programas van creciendo en prestaciones, y en costo tanto absoluto como relativo dentro del presupuesto estatal. Si lo duda usted, sugiero que recorte este artículo, lo guarde, y lo vuelva a sacar para el año 2014. Vaticino que durante la campaña electoral, los candidatos se pelearán por ver quién promete más. Verá que alguien propondrá reducir la edad de 70 a 65 años para el pago del $100 a los 70. Y alguien propondrá aumentar el monto de $100 a $130 (o $150) mensuales. Y no dude usted que, gane quien gane, aumentará tanto la prestación individual como la carta para el Estado y por tanto para los contribuyentes. Tan sólo fíjese en la Red de Oportunidades, que comenzó en $35 y ya va por $50.

Estos programas paternalistas se convierten así, en pocos años, en un enorme lastre para los contribuyentes, y en algo que limita cada vez más la capacidad del Estado para invertir los ingresos tributarios en obras de infraestructura y en aquellas cosas verdaderamente requeridas para el desarrollo del país. El Estado se va haciendo así cada vez más ineficiente, con un gasto público cada vez más hipertrofiado. Y a la porción de la población a la que se destinan estos programas, en lugar de sacarlos de la pobreza, se los hace más dependientes de la dádiva de los políticos, y por tanto, más fáciles de manipular con fines políticos.

El espejo en que debemos mirarnos es el de Grecia, España, y otros países europeos que, tras décadas de aumento continuo del gasto público en programas de corte paternalista, ahora enfrentan la traumática tarea de tener que recortar drásticamente dicho despilfarro, porque las finanzas públicas se encuentran al borde del colapso. Y como siempre, los platos rotos los paga el contribuyente, a quien le tocará pagar más impuestos.

Conclusión

El paternalismo siempre viene acompañado de odas a la solidaridad. Pero la solidaridad sólo puede ser voluntaria. Cuando el Estado roba a Pedro para darle a Pablo, la república y sus instituciones se van erosionando, pues la carrera por el poder se convierte en una carrera por ver quién ofrece más caramelos a costa del dinero de los contribuyentes. La Historia nos dice que la decadencia de Roma siguió un patrón similar. Los emperadores acrecentaron continuamente el populismo conocido como panes et circem (pan y circo), y ya sabemos cómo terminó ese drama.